Al leer la revista, nos damos cuenta de que se está desarrollando un gran relato de viajes. Se traen a colación constantemente, de esta manera, los personajes que laurearon a Oaxaca como un lugar de inspiración o de anhelo; Tomas Gage, Nietszche (quien esperaba curarse bajo el sol oaxaqueño) o D. H. Lawrence.
Ciudad de México, 2 de junio (SinEmbargo).- Oaxaca es un lugar que puede experimentarse desde distintas dimensiones. En las páginas del número de Artes de México dedicado a esta ciudad, recorremos sus manifestaciones artísticas, sus calles, y las voces que la visitan y la reescriben. Como una antología de textos y obras plásticas que conforman un caleidoscopio, aquí se conjugan plumas tanto extranjeras como endémicas para hablar de las experiencias que aporta una ciudad tan mágica como la que nos ocupa.
Al leer la revista, nos damos cuenta de que se está desarrollando un gran relato de viajes. Se traen a colación constantemente, de esta manera, los personajes que laurearon a Oaxaca como un lugar de inspiración o de anhelo; Tomas Gage, Nietszche (quien esperaba curarse bajo el sol oaxaqueño) o D. H. Lawrence.
En estas páginas podemos mapear la ciudad a partir de una multiplicidad de perspectivas y líneas del tiempo. Hay, por ejemplo, reencuentros con “Oaxacas” visitadas desde la memoria, crónicas, descripciones, cuentos, ensayos sobre la producción artística; todo un esfuerzo por encontrar los detalles que harán aparecer la ciudad que cada uno imagina. Los autores reconstruyen su propia Oaxaca, y todas ellas, invisibles, conviven con la material.
Gracias al primer artículo, El zócalo: centro del universo de Eliot Weinberger, recordamos que el trazado de las ciudades juega un papel importante en la vida que la habita. Su investigación nos habla de la forma en que la lógica de construcción de una ciudad responde a la época que la requiere. A través de sus reflexiones sobre el urbanismo, vemos que recorrer la ciudad es también caminar entre ciertas necesidades sociales, políticas y económicas. No obstante, en medio de esas redes de logística urbana, se esconde la verdadera esencia de las ciudades, y, partiendo de su ejemplo, podemos ensayar sobre las Oaxacas que nos presenta este ejemplar de Artes de México.
Para Ítalo Calvino “Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos” (Las ciudades invisibles) Podemos seguir el camino de Las ciudades invisibles para hablar de las «Oaxacas» invisibles que conviven en una misma, a partir de los detalles que encontramos en los textos de la revista; detalles que resaltan por su valor testimonial, o creativo, así como la dedicación para investigar y comprender las manifestaciones ocultas del arte oaxaqueño.
Las ciudades y las transformaciones
Oaxaca se cifra en los detalles. En una apostilla de Antonieta Cruz, encontramos la fuerza mágica de las historias de la ciudad. Nos narra su conversación con una mujer que crea una conexión entre sus trenzas, la serpiente, la lluvia y el rayo para hacer crecer su cabello. Lo cotidiano, lo mínimo, se comunica con los misterios de las transformaciones de la naturaleza.
Las ciudades y los símbolos
Podemos recorrer la ciudad a partir de las imágenes poéticas que despiertan en quienes la visitan. Oaxaca es una ciudad trazada en retícula. Al centro de la red encontramos recuerdos del mar. En el zócalo, que hace algunos años bien pudo ser un templo meditativo, se encuentra un espacio vacío, que por las noches exhala oleadas de música. Un kiosco con forma de “concha acústica” (El zócalo, Eliot Weinberger). Quizá una concha de mar que inspira los instrumentos que tocan dentro de sí. Unas calles más allá, al oeste, está la segunda conexión: la patrona de los marineros, la Virgen de la Soledad. Sus devotos escuchan, cuando están cerca de ella, los ecos del mar salpicando su vestido en un vaivén continuo, para que el sabor a sal y la humedad permanezcan impregandos en la tela (La Soledad, Armando Sarignana).
Las ciudades escondidas
Oaxaca es una ciudad huidiza. Recorrerla implica un esfuerzo por encontrar aquello que se esconde de nuestra mirada, los retazos de su historia y de su esencia que se encuentran más allá de las piedras de cantera. A veces, hay que cerrar los ojos para no perder el rastro. Hay muchas distracciones, colores y fiestas, que también son parte de ella pero están ahí como una prueba. Más allá de lo exuberante y de las maravillas que nos toman por asalto, están los detalles que nos revelan parte de la ciudad escondida. Damián Bayón “recorre la ciudad buscándola”, pues la revisita después de más de veinte años, como nos cuenta en su ensayo Reencuentro con Oaxaca. Trata de empatar las distancias que se grabaron en su memoria, y la ciudad juega a cambiar sus partes de lugar, unos centímetros cada año. La ciudad se esconde, se expande, es parte de la magia de la visita, de comparar Oaxaca presente con Oaxaca de la memoria. Él encuentra uno de los secretos: el “decorado de teatro” de las casas, los esfuerzos de cada familia por usar colores que ayuden a descubrir la ciudad entera.
La búsqueda se puede extender, también, al resto del Valle. Los límites de la ciudad se vuelven difusos. Hay quien se dirige a sus ancestros; a Monte Albán, por ejemplo, donde el arte de la muerte se guardó bajo tierra hace ya tantos años. Aquí, Dominique Dufétel busca en los templos en miniatura, en las urnas funerarias, la historia de una ciudad antigua que evolucionó junto con sus costumbres rituales (La otra vida de Monte Albán). Descubre aquí el “bestiario” de la cultura zapoteca, las transformaciones constantes que eran parte de la vida y la muerte.
Más allá, en la Iglesia de San Jerónimo Tlacochahuaya, canta un órgano, con un decorado barroco. Los tubos despiertan para dejar pasar el aire, a través de las bocas de unos personajes peculiares, que nos miran y se miran entre sí (Arte escondido de Oaxaca, Héctor Perea).
Las ciudades duales
Para Alberto Blanco, la ciudad se cifra en los dos hemisferios de su arte. En su ensayo, nos enfrentamos a los contrarios que encuentran una síntesis en las búsquedas de los artistas plásticos oaxaqueños. Es una galería donde la luz y la oscuridad, la ingenuidad y la profundidad, se entremezclan para darnos un panorama de lo que implica crear en Oaxaca (Arte de Oaxaca). En esta sección nos encontramos con el Códice del sol de Maximino Javier, un sol que preside el ordenamiento de las criaturas mágicas oaxaqueñas. Hay serpientes, escorpiones, tenedores, híbridos, calaveras que montan peces enormes, esqueletos de ángeles en bicicleta, sandías, aves que cazan lunas, sirenas con paraguas, cocodrilos que atrapan los huesos de la muerte… Una de tantas exploraciones pictóricas para mostrar la exuberancia, la magia y la ambigüedad de la vida.
Así podríamos seguir con categorías de las ciudades que se crean en cada visita a Oaxaca. En cada lectura, también, pues se reconstruye desde las narraciones de todos los autores que han vivido o han querido vivirla. Hemos intentado trazar diversos caminos para experimentar la ciudad que se escribe en Artes de México, pero al igual que las “Oaxacas” invisibles, debe haber muchos que se nos escapen o que se reconstruyen en cada visita.